Los mellizos se ocupaban de la galería. Las
sábanas eran aireadas en el jardín. Los colchones se sacudían con esmero. Las
polillas nocturnas caían muertas a sus pies, se deshacían en un polvillo blanco
y venenoso. También nosotros nos
desharemos, algún día, decía Klara. Béla contemplaba entonces a su hermana;
se la habían arrebatado, le habían quitado las mañanas con ella, las noches.
¿Le gustaba su nueva situación? Aquel lecho único, carnal, recogía todos los
vapores de sus cuerpos. Bajo sus camisones, las niñas ocultaban sus senos, sus
vientres, sus caderas pálidas y lisas. El sudor les perlaba la frente y las
axilas. Una noche, Béla las contempló mientras dormían. Sólo Klara poseía la
elegancia innata de la ninfa. Ada era voluptuosa. Leonora, transfigurada, se
sacudía dominada por sus sueños. Ambas habían sido alcanzadas por la
enfermedad: eran demasiado mayores. Sólo los mellizos y el pequeño Misha se
sostenían en equilibrio sobre la inocencia de la carne. Aprecio tus esfuerzos, hermana querida, pero es demasiado tarde. El
deseo ha sido inoculado.
(descarte de Los niños celestes)
Brutal.
ResponderEliminarPrecioso! 😍😍
ResponderEliminarAdoro tu manera de escribir, tus textos son increíbles.
ResponderEliminarMe quedo para seguir leyendo. Un beso.
Me encanta ver que has publicado, creo que ahorraré un poco.
ResponderEliminarPero no se si hecho de menos las bicis rojas que sonreían en laponia y las mujeres con abrigos de hombre c: