Pero la nieve se resistía. Su
blancura conmovía a los habitantes de la casa. Leonora la sostenía entre sus manos,
la acariciaba con lentitud, deslizándola sobre sus mejillas como un llanto
silencioso. Béla posaba los dedos sobre sus párpados. Klara lamía el borde de
sus labios. De la nieve extraían el dominio de las cosas, la sabiduría. Eran
criaturas invernales. Cuando nacieron, las calles y los caminos estaban
cubiertos. La madre los señaló y marcó el destino de los hermanos: estos niños serán hijos del invierno. Serán
pálidos y azules, y así lo fueron. Leonora enfermaría cada primero de junio.
La fiebre se extendería a lo largo de una semana; después convalecería hasta el
otoño. Su debilidad sería latente, seria, algunos días la alejaría del piano y
de la casa. Por eso celebró la crudeza del invierno. La nieve, dura, sostenía
el peso de sus botas. Los mellizos se la llevaban a la boca. Misha se tendía
sobre ella, la amasaba suavemente con los dedos. En el cuaderno las notas adquirieron nuevas
direcciones. La nieve será el lecho del
durmiente. Será alimento y saciará la sed de los hermanos. La nieve, y la
caligrafía se expandía, dominadora, habrá
de penetrar en la muchacha.
(descarte de Los niños celestes)
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