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24/10/17

Diario I

He visto las montañas azules. He tendido mis manos, mis ojos hacia ellas. Mi mirada escrutadora. El tacto de la muchacha que aprende, que memoriza el color de la hoja, este otoño hermoso que se extiende por los prados. Cuántos otoños he vivido. Cuántos años con el paisaje ante mis manos. Las manitas pequeñas de una niña. La nervadura de mis venas. El azul que serpentea y palidece. ¿Alguna vez te has mirado las palmas? Tengo dedos que aletean. Brazos que me elevan sobre las multitudes, sobre los árboles dorados, tiernos, de ramas largas y ondulantes. Me llevan hasta la colina, me alzan, una montaña que crece, una lengua de tierra, de roca, el risco afilado de la cumbre. ¿Podrías oírme, si gritara desde la cima? ¿Me oiría el río, el ave, el caballo que pasta en la llanura? O me comería la voz este viento vivo, este otoño vivo, este deseo que enmudece. Quiero escribir, pronuncio. Quiero la escritura como a un amante de piel elástica. Quiero que la montaña me tienda sus senderos, abra para mí sus cuevas. Aquí se guardan los secretos, me dice. Aquí nace el manantial que será río. Bebe, muchacha. Bebe y que el azul se extienda, que la voz se eleve: un deseo concedido.

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