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2/1/16

Pero la nieve se resistía. Su blancura conmovía a los habitantes de la casa. Leonora la sostenía entre sus manos, la acariciaba con lentitud, deslizándola sobre sus mejillas como un llanto silencioso. Béla posaba los dedos sobre sus párpados. Klara lamía el borde de sus labios. De la nieve extraían el dominio de las cosas, la sabiduría. Eran criaturas invernales. Cuando nacieron, las calles y los caminos estaban cubiertos. La madre los señaló y marcó el destino de los hermanos: estos niños serán hijos del invierno. Serán pálidos y azules, y así lo fueron. Leonora enfermaría cada primero de junio. La fiebre se extendería a lo largo de una semana; después convalecería hasta el otoño. Su debilidad sería latente, seria, algunos días la alejaría del piano y de la casa. Por eso celebró la crudeza del invierno. La nieve, dura, sostenía el peso de sus botas. Los mellizos se la llevaban a la boca. Misha se tendía sobre ella, la amasaba suavemente con los dedos.  En el cuaderno las notas adquirieron nuevas direcciones. La nieve será el lecho del durmiente. Será alimento y saciará la sed de los hermanos. La nieve, y la caligrafía se expandía, dominadora, habrá de penetrar en la muchacha.  


(descarte de Los niños celestes)

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