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21/4/15


El invierno había adquirido una presencia sólida en la casa. La escarcha formaba flores quebradizas en los cristales. Los fuegos estaban apagados. Sobre la cama de la galería, hecha con pulcritud, los insectos erigían altares a sus dioses. Allí las polillas se alimentaban de las almohadas. Arañas diminutas se prendían del cabecero de hierro, hilando sus madejas sobre las sábanas. Nadie dormirá en la cama de la galería, se había escrito en el cuaderno. Pero Leonora rezaba junto a ella sus plegarias. Con un fervor desconocido, alzaba la vista hacia la oscuridad naciente. En aquella hora el frío se volvía mortuorio. El jardín helado la acompañaba. Desnuda, erguida nuevamente, atravesó la quietud salvaje de las flores.
-Madre querida - pronunció - no te tengo miedo.

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