Fregábamos arrodilladas los largos pasillos de la casa. Reíamos como jaurías de locos animales, como el niño que no teme pues no sabe. El cubo se volcaba y luego el duelo por la herida. El golpe en la mejilla el eres mala. Lavábamos el cuerpo de las pequeñas en el patio. A veces se reían, a veces las cosquillas llevaban al desastre. Después llegaba el ruego, no me pegues no me dañes. Después llegaba el llanto en la camita y el olor te confortaba.
17/5/13
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