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27/3/14

Hay música en la casa. Una música suave, leve, extendida por los cuartos como la voz de la que habla. Los niños duermen en la sala grande. Los cuerpos son ahora un peso en el colchón de pluma, allí reposan como muertos. No escuchan la música, tampoco la voz que como una letanía parece deslizarse por las sábanas. Atienden sólo al sonido de la risa, allá en el sueño, también al animal que corretea por el patio. Ella observa los labios que se abren. El interior de las boquitas, las lenguas que descifran el idioma del durmiente, y cae también en un reposo comedido. Las manos le pesan junto al cuerpo. El vestido, el cabello que trenzado se acomoda en su cabeza. Toda ella se desprende, la desnudez la cubre, una cierta indecorosa palidez en el abdomen y en los pechos. Entonces el niño abre los ojos y la mira. La devora. Es una bestia que transita por su carne. 


(...)

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